¿Qué antipolítica?

Artículo de nuestro compañero Curro Corrales.


Hay algo más alarmante aún que las porras y las pelotas de goma con que la Policía de Cristina Cifuentes está tratando de dejar las calles de Madrid limpias de protestas. Me inquieta el regusto de cinismo con el que se alerta de la “mala imagen” de España  que las movilizaciones proyectan en el extranjero, y Mayor Oreja asociando la cobertura informativa de las mismas y la represión con la incitación a que crezca la contestación social. Y esas declaraciones del presidente Rajoy apelando a la “mayoría silenciosa” que respalda sus medidas. Hay en todo ese relato oficial un giro de tuerca: la represión como sintaxis y la incitación al miedo como estilo. Calladitos estamos más guapos.
Las movilizaciones prendidas a propósito del 25S fueron acogidas con muchas reservas en ámbitos de la izquierda, el activismo alternativo y los movimientos sociales, por su fácil encasillamiento en la deriva emergente de la ‘antipolítica’, ese sablazo de generalidades a la medida del populismo conservador. Y sin embargo, lo que no hemos querido ver desde hace tiempo es que la antipolítica ya está aquí. Es ya un hecho en las conversaciones a pie de calle, de autobús y de barra de bar: el descrédito hacia la “clase política” como “el problema” es una realidad que merece ser matizada, pero una realidad ganada a pulso en muchos casos y ante la que la izquierda con presencia en las instituciones no puede actuar con un resorte defensivo.
Es la derecha la que ha instalado la antipolítica en el corazón mismo de la democracia, la que ha ocupado sus instituciones trasladando el centro de la toma de decisiones a las bambalinas de los grandes poderes económicos. Y el revestimiento de esa operación es un monstruo bicéfalo: de un lado, el aliento implícito a la generalización negativa de lo político; de otro, la retórica con la que se reduce la contestación social a un problema de orden público que merece mano dura, para luego apelar a las supuestas “mayorías silenciosas” anémicas de tranquilidad y seguridad, dispuestas a apuntalar el status quo de una minoría privilegiada.
La caracterización de esta crisis económica en España refleja un agotamiento del modelo político que hemos conocido durante décadas. Un “fin del ciclo político” iniciado en la Transición, como explica muy bien Carlos Berzosa. El reformazo constitucional pactado por PSOE y PP  y perpetrado con ‘agostosidad’ y alevosía, por el cual el cumplimiento de los derechos sociales queda supeditado al pago de la deuda financiera, ha abierto la barra libre con la que el PP viene desmontando uno a uno los grandes consensos políticos y sociales: desde la autonomía municipal a los derechos de las y los trabajadores, desde la sanidad universal hasta el derecho de reunión y manifestación.
Las llamadas a un “nuevo proceso constituyente” parecen a menudo más un mantra mitinero que una hoja de ruta certera. Y, sin embargo, frenar la deriva demagoga y populista hacia el abismo regresivo a la que juega la derecha (con Cospedal o, de nuevo, Cifuentes, como últimos ejemplos), y construir alternativas, debe ser el reto de quienes  tenemos un compromiso con la transformación radical de este mundo en uno más justo. Y lo dice un concejal, un cargo público, con un hondo respeto a lo que representan (o deberían representar) las instituciones.
Están pasando muchas cosas rápidamente, nos están cambiando las reglas de la partida a cada jugada. Tenemos la tremenda responsabilidad de situarnos ante ese panorama sin complejos pero sin miedo, evitando aferrarnos a las viejas certezas que ahora parecen excusas corporativistas, resistencias de casta descastada.
Hagamos de convocatorias como las del 25S un punto de encuentro y del día a día una oportunidad para revitalizar las alianzas clásicas y tejer nuevas redes en torno a la matización de sentencias demasiado generalistas, injustas o imprecisas, y a la formulación de las propuestas que aquí y ahora pueden sumar voluntades contra el desastre en el que nos están metiendo. Las mayorías silenciosas, diga lo que diga Rajoy, no saben de cartas marcadas. Juguemos esa baza para escribir el futuro. Lo contrario, sí se llama antipolítica.

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